Los Órfidas

 

 

 

 

 

 

Sinopsis
Primer capítulo
Librerias

 


SINOPSIS

Las primeras naves órfidas llegaron a la galaxia en el año 9600. Eran comerciantes y se interesaron por los metales, las piedras preciosas y la carne, y ofrecían a cambio avances tecnológicos y energía.

Los órfidas eran sociables y generosos, e impulsaron el desarrollo de las naciones que los acogieron. En pocos decenios fueron muy populares y, en algunos planetas, llegaron a venerarlos. La luna de miel entre ellos y la humanidad duró hasta que descubrieron el sabor de la carne humana. Aquello alteró para siempre la relación entre las dos especies. Las primeras partidas de carne alcanzaron precios exorbitantes en sus mundos de origen y atrajeron a millones de órfidas. En menos de trescientos años se expandieron por toda la galaxia y, en 9980, apenas quedaban estrellas que no dominaran.

Varias naciones humanas se aliaron contra el terrible opresor, pero la desigualdad tecnológica hacía muy difícil su supervivencia. En el año 9985 un príncipe corio recorrió la galaxia en busca de aliados para luchar contra los órfidas. Descubrió diferentes y extraordinarios mundos, donde sucedían realidades terribles, y sufrió mil aventuras. Y, de manera sorprendente, y en el lugar menos indicado, también encontró el amor.


CAPÍTULO 1 – VALERIA

Valeria, el tercer planeta de la estrella Australia, destacaba por los soberbios navegantes que se formaban en su famosa Escuela del Espacio. El navegante, según la definición clásica, es quien fija el rumbo de la nave espacial; pero esta definición resultaba insuficiente en los tiempos revueltos que corrían a finales del siglo cien. Un navegante tenía que saber todo lo referente al itinerario, desde posibles zonas de meteoritos a contingentes enemigos que pudieran aparecer. En definitiva, controlaba el movimiento de la nave y, salvo el capitán, no había nadie más importante.

Cuando el Imperio de Horgón conquistó el sistema solar, muy pronto apreció la valía de los astronautas valerianos y los integró en su ejército. Por ello, Valeria obtuvo un trato de favor y en su territorio se permitieron actividades prohibidas en otras colonias, como la elección de los dirigentes por sufragio universal o la libertad de expresión.

Tras la destrucción de Horgón, las naves de Bahía ocuparon esa zona de la galaxia. Al principio los bahiianos recelaban de quienes sirvieron al Imperio, pero pronto se dieron cuenta de que los valerianos eran fieles a quien les pagara, y comenzaron a contratar a los magníficos técnicos del país.

Valeria era muy diferente de los países de su entorno. Chintia, nación que dominaba los dos primeros planetas, era belicosa y estaba regida por un régimen dictatorial. Y lo mismo se podía decir de las otras naciones independientes del sistema solar.

En los años posteriores a la caída de Horgón, Chintia intentó imponer su ley. Sus tropas conquistaron el cuarto planeta y, meses más tarde, atacaron Valeria. La armada valeriana rechazó varios intentos de invasión, pero lo habrían pasado mal si no llega a ser por el tratado de Ciudad Luz, en el que Bahía garantizó su seguridad frente a las agresiones de Chintia. Tras la paz, comenzó una magnífica época para Valeria que solo se vio interrumpida por el advenimiento de los órfidas.

Historia del universo

Universidad Central de Sama

Marino Meler nació en Ciudad Luz, capital de Valeria, en 9950, el año de la paz. Bahía, ya todopoderosa, obligó a la siempre hostil Chintia a rendirle vasallaje, con la prohibición expresa de hostigar a Valeria.

La infancia de Marino fue tan feliz como la de los demás niños del planeta; siempre mirando al cielo. La mayor aspiración de todos los jóvenes era ser astronautas. Muchos navegantes formados en Valeria trabajaban en las armadas, o en las naves mercantes, de ricas naciones, y eran la principal fuente de ingresos del país.

Marino ingresó a los diez años en la Escuela del Espacio. Los estudios estaban encaminados desde el principio a su futura profesión. A los quince años sabía de memoria los nombres de las estrellas que se divisaban desde la ciudad, y distinguía a la mayor parte en el firmamento. También conocía las líneas comerciales más frecuentes y destacaba en teoría hiperespacial.

Siempre recordaría la ilusión que sintió cuando, como segundo navegante, hizo su primer viaje espacial al planeta Chintia. Fue magnífico apreciar por primera vez la maravillosa quietud del espacio, pero le impresionó mucho más el gran planeta donde aterrizaron. Era un mundo extraño, más luminoso que el suyo, e infinitamente más comercial. En Chintia se podía comprar casi todo.

Acompañado por otros jóvenes visitó Chai-Lah, la capital del país. Quedó estupefacto al ver las tiendas de esclavos. Hombres, mujeres y niños se vendían al mejor postor. En Valeria estaba prohibida la esclavitud y sus leyes garantizaban que todos los hombres fueran iguales. También le sorprendió el extraordinario comercio carnal, cosa que tampoco se permitía en Valeria, aunque siempre había rumores sobre su existencia solapada. En Chai-Lah no solo había puestos de prostitución con mujeres desnudas en medio de la calle, sino que bellas nativas, vestidas con poquísima ropa, ofertaban sus cuerpos a los viandantes a cambio de unas monedas.

Aquel día vio por primera vez a los órfidas. Una nave acababa de llegar a Chintia y negociaban con el Gobierno su asentamiento en el planeta. Se tropezaron con un grupo en la calle principal. Despertaban la curiosidad de los viandantes. Parecían grandes osos. Muchos se burlaban de su extraño aspecto y la sorna callejera no era más agresiva porque iban armados hasta los dientes.

Hizo una fotografía del grupo que, al regresar a Valeria, fue muy solicitada por sus amigos y durante un tiempo la guardó como si fuera un tesoro.

Dos años más tarde, cuando Marino acababa de ser ascendido a primer navegante, los órfidas visitaron Valeria. En cuanto aterrizaron en el espacio-puerto de Ciudad Luz, comenzaron a repartir preciosos regalos entre la muchedumbre que acudió a conocerlos. Durante varios días anunciaron las maravillas que traían para el pueblo valeriano, entre las que destacaban ingentes cantidades de energía. Habían desarrollado unas ruedas de molino, de un metro de diámetro y cincuenta centímetros de grosor, capaces de suministrar la energía necesaria para mantener una ciudad de doscientos mil habitantes durante un año. Pasada una semana, manifestaron su intención de entrevistarse con los dirigentes del país. Pronto circularon rumores de que los extraños visitantes pretendían dedicarse al comercio de personas como carne. A cambio de que les entregaran un determinado número de ciudadanos al año, ofrecían adelantos tecnológicos y energía suficiente para el mantenimiento del planeta.

Su padre, que en aquel tiempo era ministro del Gobierno, le confirmó la veracidad de la noticia, así como la rotunda negativa del presidente y la expulsión de los órfidas con orden de no volver jamás.

Ya estaban instalados en los demás planetas del sistema solar, y los tripulantes de las naves hiperespaciales decían que ocupaban toda la galaxia y su poder era inmenso.

Marino vio cómo degeneraban las naciones donde se habían establecido. Los mismos humanos abrían carnicerías y restaurantes dedicados a vender carne de sus semejantes. Los órfidas eran ricos y pagaban bien. Pasear por las calles de cualquier ciudad era muy peligroso para extranjeros; los nativos buscaban carne con entusiasmo.

El Gobierno de Chintia, el primero en permitir la instalación de las factorías, solo garantizaba la vida a los forasteros que permanecieran en sus naves con el fin de no interrumpir el comercio interplanetario que tantos beneficios producía. Todos los espacio-puertos presentaban el mismo aspecto. Naves comerciales esperando que las descargasen con toda la tripulación a bordo, y, alrededor de ellas, numerosos nativos intentaban atraer al exterior a los pasajeros. Chicas desnudas los invitaban a bajar para hacer el amor con ellas. Los incautos que aceptaban desaparecían para siempre.

Los órfidas pactaron con los dirigentes de cada nación la entrega de un cupo de personas por año, pero, como cada vez instalaban más factorías, siempre necesitaban más carne. Los gobernantes solventaban el problema de muy diversas formas, aunque lo común era entregarles delincuentes y mendigos. Al principio, cubrían el cupo con los grandes criminales y los pobres de solemnidad; pero, debido al continuo incremento de la demanda de carne, casi todos los países establecieron un impuesto y quien no lo pagaba iba a manos de los órfidas. Cometer el menor delito acarreaba la misma suerte. El impuesto subía por meses y muchos ciudadanos hacían una carrera contra reloj para obtener el dinero antes de que expirase el plazo.

Valeria, mientras tanto, se mantenía libre de órfidas. En el año 9981, era el único planeta del sistema solar donde todavía no se conocían las famosas factorías.

En agosto de ese mismo año Marino conoció a Manara. Era azafata de tierra de su misma compañía y le ayudó en un curso de perfeccionamiento obligado para los navegantes. Su belleza y simpatía lo cautivaron. Salieron un par de veces y se enamoraron. Marino ya era primer navegante. Pronto la compañía pondría a su cargo una nave hiperespacial. Estaba en las mejores condiciones económicas para casarse y formalizó su compromiso con ella. Contraerían matrimonio en la primera fecha que viniera bien a las respectivas familias.

En diciembre de 9981, Chintia amenazó a Valeria con invadirla si no permitía que los órfidas se instalaran. El Gobierno pidió auxilio a sus protectores de Bahía; sin embargo, los dirigentes bahiianos, al contrario que en anteriores ocasiones, avisaron que no intervendrían y aconsejaron que facilitaran el asentamiento.

El presidente, hombre honorable y de profundos principios, mantuvo su tajante negativa. La flota valeriana salió al espacio para defender a la nación, pero los órfidas la destrozaron en el primer combate y aterrizaron en Ciudad Luz. El presidente desapareció, nadie supo más de él, y colocaron en su lugar a un chintiano que autorizó la instalación de tres factorías en las principales ciudades del planeta.

El director de Orphelenka, la compañía propietaria de las factorías, y el nuevo presidente pactaron la entrega de hombres a cambio de energía. Los órfidas permitían al Gobierno elegir a los desafortunados y el número de personas no era muy elevado. Parecía que el siniestro intercambio no afectaría a la mayoría de los valerianos. El Gobierno no se cansaba de repetir que solo entregaría delincuentes y enfermos; pero, en cuanto se inauguró la primera factoría, comenzaron a desaparecer ciudadanos. Los órfidas pagaban bien por la carne, y no preguntaban su procedencia.

El terror imperó en Ciudad Luz. Nadie se atrevía a salir de noche a causa de las numerosas bandas que buscaban carne para los órfidas. Los jefes se enriquecían rápidamente y pronto se convirtieron en nuevos potentados.  Cada vez cometían mayores tropelías. Ante el abandono de las calles por parte de la población, comenzaron a asaltar domicilios para capturar a sus ocupantes. La policía local no podía hacer nada, pues los bandidos poseían armas superiores, entregadas por los órfidas, y los agentes entrometidos se convertían en unos kilos más de carne.

Un día, al regresar de un viaje al planeta Casablanca, Marino se encontró con que habían asaltado su casa. Sus padres y hermanos estaban ilesos, pues se escondían todas las noches en un sótano secreto, pero la casa quedó destrozada. Los habitantes de la vivienda contigua no tuvieron tanta suerte. La mansión estaba intacta, pero desaparecieron sus moradores. Eran amigos de toda la vida.

Marino decidió instalarse en otro planeta. Decían que en Bahía los orfidas se comportaban de forma civilizada. Acordó con Manara que las dos familias se irían en cuanto fuera posible. La encantadora Ciudad Luz se había convertido en un centro de terror. Las carnicerías exponían, ya sin recato alguno, cuerpos y miembros humanos en sus escaparates. Los restaurantes para órfidas se multiplicaron. Quien podía emigraba a las afueras, o a ciudades lejanas donde no había factorías, pero las bandas operaban en todo el planeta.

El nuevo presidente, a pesar de ser chintiano, intentó controlar el salvajismo, aunque poco pudo hacer. Los órfidas, airados por la resistencia de los valerianos a su penetración, decidieron que recibieran un castigo ejemplar. Corrían rumores de que se iba a cerrar Ciudad Luz para que nadie escapase. Urgía abandonarla lo antes posible.

En la compañía le asignaron una de las mejores naves hiperespaciales, la que comunicaba Ciudad Luz con Dorado, la capital de Bahía, y decidió buscar  empleo en ese planeta.

Todos estuvieron de acuerdo. En el primer viaje iría solo. Intentaría conseguir trabajo y alquilar una vivienda. Después, se trasladarían Manara y sus respectivas familias.

El director de la compañía no le puso ningún impedimento. Él y su familia pensaban emigrar cuanto antes. Ya había desaparecido su hijo mayor y, aunque su casa estaba acorazada, temía en todo momento por la seguridad de los suyos.

Manara fue a despedirlo al espacio-puerto. La noche anterior estuvieron en su casa y faltó poco para que hicieran el amor, pero lo dejaron para cuando llegasen al nuevo mundo. Las jóvenes valerianas eran muy recatadas y era difícil tener relaciones sexuales antes del matrimonio.

Marino quedó encantado por la magnificencia de Dorado, la capital de Bahía. Una hermosa ciudad con cinco mil años de historia. Los bahiianos no eran comestibles para los órfidas y debían a éstos gran parte de su enorme desarrollo.

Habló con una compañía comercial. Le hicieron unas pruebas muy selectivas y las superó sin dificultad. Los directivos quedaron tan contentos que lo contrataron, triplicándole el sueldo que ganaba.

Al tener un trabajo especializado todo se facilitó. Consiguió un permiso de residencia y le autorizaron a llevar a su familia y a la de Manara. La burocracia de Dorado trabajaba de forma muy eficiente; en solo dos días arregló el papeleo.

Alquiló una bonita mansión en uno de los mejores barrios residenciales de Dorado. Tenía dos plantas y un amplio y frondoso jardín, lleno de flores y árboles frutales, donde había una piscina de agua caliente perfumada por decenas de jazmines. Ya imaginaba a Manara nadando desnuda en el agua cristalina. La casa era lo suficientemente grande para albergar a las dos familias. También era muy cara, pero con su nuevo salario podía permitirse pagar el elevado alquiler. Por primera vez en muchos meses se sintió feliz.

Le parecieron simpáticos los bahiianos a pesar de que estaban convencidos de ser el centro del universo. De hecho, era verdad, pues hasta los mismos órfidas se comportaban correctamente. Había muchas factorías, pero se nutrían de criaderos hechos con personas procedentes de otros mundos. Jamás cazaban humanos en todo el ámbito del Imperio de Bahía.

Al regresar a Valeria, en el escaparate de la principal carnicería órfida de la ciudad, vio por primera vez desnudo el cuerpo de Manara. Bella hasta en el rigor de la muerte. Pronto alguno de los conquistadores disfrutaría con aquella blanca y preciosa carne. Vio cómo el carnicero la retiraba. Marino no podía moverse, sus músculos se negaban a obedecer las órdenes que les enviaba. Permaneció inmóvil un tiempo indefinido. Cuando devolvieron a Manara, le faltaban un pecho y una pierna.

Cayó al suelo sin sentido.

Unos compañeros lo rescataron de una banda de muchachos que, viéndolo desvanecido, quisieron aprovecharse y venderlo a los órfidas.

En el siguiente y tristísimo viaje a Bahía el pirata Lars asaltó su nave. Marino se sorprendió de que no le afectara encontrarse en manos de aquellos hombres de rostros patibularios. Desde la muerte de Manara permanecía ajeno a la realidad y nada le importaba.

Los piratas se comportaron correctamente con los pasajeros. Les preguntaron por su dinero y por la posibilidad de que alguien pagase un rescate por ellos. A él lo llevaron ante un gigante pelirrojo, de aspecto descuidado, que parecía tener alguna cultura y era muy amable. Le interrogó sobre su vida en Ciudad Luz y se mostró muy interesado por las maldades de los órfidas. Marino, sin saber por qué, estalló en sollozos y le relató su historia. El pelirrojo se mostró muy afligido por la muerte de Manara. Era un hombre comprensivo que entendía las penas de los demás. Después de charlar un rato le preguntó si quería ser su navegante. Marino aceptó y, desde entonces, fue el navegante de la nave pirata «Halcón del Infinito».

Semanas más tarde supo que Lars no solo le ofreció un puesto de navegante, sino también su propia vida. Los demás ocupantes de su nave fueron incinerados, solo dejaron con vida a varias mujeres que posteriormente vendieron en Orgaz.

Los piratas confiaron en él muy pronto y se convirtieron en su familia. Marino, con su magnífica formación como navegante, contribuyó a que Lars fuera más osado en sus correrías, y a que escapara en múltiples ocasiones de las flotas que enviaron en su busca.

Un día, en una taberna de Orgaz, escuchó a Lars, ya muy borracho, presumir, ante otros capitanes piratas, de tener un navegante valeriano, como las mejores naves de la galaxia.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies